martes, 30 de marzo de 2010

Las locas




A M., por la historia que duró un abril.

¿Quién se desnuda en pleno invierno? "¡Sólo un loco!", dirían las enjutas mujeres que asisten a misa de ocho. Lo dirían si miraran hacia arriba alguna mañana. Pero no lo hacen. Prudentes como son, salen de casa bien cobijadas y caminan con la mirada en el suelo para evitar tropezones. Lo cierto es que en esos días helados, los jardines, los camellones y algunas de las mejores calles de la ciudad son manicomios vegetales. Los troncos llevan encima lo que parecen ser racimos de uvas, pero sin uvas. Darían pena si alguien tuviera con qué compadecerse, pero diciembre es tiempo de llevar al corazón de compras. Sólo un sombrerero samaritano –inglés, en realidad, a juzgar por la calidad de su oficio– se apiada de la desnudez de esas frondas. Con materiales de temporada –esferas rotas, escarchas marchitas, ensalada de betabel– confecciona en apenas unas semanas miles de sombreros morados. Los que antes fueron locos por su indigencia, ahora lo son por su extravagancia. Tocados de fiesta, se sacuden jactanciosa y primaveralmente. Más inclinados al borlote que a la compasión, los habitantes de la ciudad ahora sí se atreven no sólo a mirar la locura, sino a festejarla, a chulearla, a anunciarla a toda voz. "¿Ya vieron qué hermosas, las jacarandas?" Están en bocas y en ojos de todos. Ahora sí. Conmovidas por la inconstante naturaleza humana, las locas –ah, sí, son locas, no locos– se dan al llanto. No es que no quieran ser miradas; lo que rehúyen es el sentimiento de abandono que traerá consigo el inevitable tedio. Han cobijado suficientes historias de amor para saber que el hastío inexorablemente vendrá. También lloran su ridiculez. "Ya no estamos para estos desfiguros", dicen las más viejas, olvidando por un momento su precariedad invernal y deseando ser simplemente verdes –verde tierno–, como sus discretos vecinos. Lloran poco a poco lágrimas moradas, aceitosas y pegajosas que no tardan en hacerse alfombra. Poco antes de que la clorofila las reconcilie piadosamente con el anonimato, ríos lilas corren silenciosa y hermosamente por los jardines, los camellones y algunas de las mejores calles de la ciudad...

3 comentarios:

  1. Queridísima Sandy:
    Después de leerte, te tendré presente en cada mirada por mi ventana o en los paseos diarios por la calle Veracruz o alrededor del parque, donde estas locas lloran, gozosas, me parece, de saberte observadora nata y contadora natural de sus historias.
    ¡Gracias por compartir!

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  2. Muy bonito Sandra, un poco cruel también, el tedio, el abandono... pero así es la vida, por lo menos están un rato para alegrarnos el espíritu con si locura fugaz... es bueno saber que con "locas" y no "locos", todo se comprende mejor. Gracias por pasármelo.

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  3. No conozco estas locas, espero algún día tener el grato placer. Por lo pronto, gracias por pintarlas tan finamente en mi memoria.

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